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El silencio como una centella atraviesa la
habitación, como si ese filamento que te dibuja intentara salvarnos. La ciudad
se tiende bajo el crepúsculo, a mitad de la muerte. Es de noche y la marea
lunar que somos se empeña en reunirnos, flujo y reflujo. En la metrópoli él y
yo somos el tintineo de los hielos en una copa de whisky, diáfana y ambarina
campana de cristal en la hora de nadie. Nos reímos mientras el apartamento se
incendia. La ciudad no es porteña, pero llega al ventanal la brisa y el
chillido inubicable de las gaviotas. Aunque la noche se vuelve insoportable, me
torno indecisa, apuesto y pierdo, también gano. Odiosamente feliz me convenzo
de haber descifrado el enigma. El edificio no tiembla, vemos la avenida apenas
iluminada con esa paz que ocasiona el nunca.
(De Atajos para
llegar a nadie)
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